martes, 18 de enero de 2011

Voces y Literatura

“A lo único que tenemos que temer
Es al miedo por sí mismo.”

Franklin Delano Roosevelt

Cuando decidí comenzar a leer el libro, mi vida marchaba normal con su tiempo casi imperceptible a mí. El día había sido agotador y ya no quería que mi cabeza siguiera funcionando, sentía que ya no necesita alguien para creer en un final feliz, la literatura me lo entregaba tan incondicionalmente que fue así como me enamore de ella. Sentado en ese vagón solitario del metro lo abrí, se fue directamente a la página marcada y ahí frente a mis ojos el mensaje que tal vez nunca quisiera encontrar.
“Este será el último libro de Leonor Santander, si lees esto estoy muerta y no esperes que la tranquilidad este contigo”
Toda la sangre comenzó a correr por mi cuerpo, se agitaba mil por hora, imaginaba esa mujer, su edad, su estatura, el motivo de su suicidio. ¿Será cierto? O solo será una ficción que ella quiso crear.
Nací un día jueves 14 de Octubre, mi familia era un tanto particular. Un papá que creía que el amor se entrega a través del dinero y mi madre una maniática de la limpieza. Me tuvieron cuando Cristina (así le decía a mi madre) tenía 34 años y Julio 37. Se conocieron un día de paseo familiar y de ahí que supuestamente estaban enamorados. Las peleas eran constantes pero al fin y al cabo eran un matrimonio chileno y que matrimonio en Chile no pelea alguna vez.
Crecí en un ambiente sano, el primer nieto hombre de la familia e hijo único de Julio y Cristina. Mis primas me ensañaron a besar, amar y a vivir la vida. Me enamore de Verónica cuando yo tenía 16 y ella 17 me enseño amar escondidas sin que la familia sospechara, me enseño los lugares secretos de la casa de los abuelos. Ella fue la que me enseño como hacer el amor silenciosamente pero no por eso menos placentero. Ella me obsesiono con la lectura y con el café sin azúcar por las tardes de frio. Luego de un año, que todo me había enseñado se fue a estudiar a Valparaíso el mismo día que el doctor me dijo que debía usar anteojos o sino por leer tanto mi ceguera aumentaría.
Pensé en botar el papel en cuanto lo leí, pero lo guarde en mi bolsillo. Leí el libro con una leve sensación de que él fue el culpable del destino de esa mujer misteriosa del mensaje suicida. Ese mismo día fue a la biblioteca, pregunte por esa mujer, me dijeron que esa información no se podía entregar, frustrado, agotado y casi en estado fatigoso regrese a mi casa, como siempre mis padres no estaban y decidí dormir.
Eran sueños entremezclados, realidad y fantasía. Era alta, con el pelo corto y blanco y una mirada fría con señal de una maldad que te cautiva tanto como te aterra. Caminaba hacia mí con el libro en la mano. Luego veía el mensaje justo en su mano y ella saltando desde un séptimo piso. El sudor y el miedo que invadía mi cuerpo, busque el libro y estaba en el mismo lugar donde lo dejé.
La paranoia nunca había estado tan presente en mí, solo cuando yo y verónica nos encerrábamos en el baño de la casa de la tía Josefa y sentía que en cualquier momento entraría el abuelo o el papá de la vero con una escopeta y me matarían pero ella se encargaba de borrar toda mi paranoia con placer. Necesitaba ahora a verónica para borrar esta paranoia o no solo a verónica a cualquier mujer que me hiciera sentir un hombre hecho y derecho.
Al otro día devolví el libro, pero las pesadillas continuaron como si quisieran decirme algo o eso creía yo. Luego me di cuenta de algo, nunca termine el libro ni ella tampoco. Volví a la biblioteca lo pedí de nuevo pero ahora no tenía ni un papel en su interior. Termine de leer el libro, los fantasma no me dejaban ni siquiera sobrevivir en mi diario vivir, las voces provocaban que quisiera morir no existir más. Luego de semanas, intentos e intentos por salir del estado en que me encontraba, lo vi todo muy claro, tome el lápiz con el cual dibujaba siempre en mi borrador, arranque la hoja escribí mi mensaje me dirigí a la biblioteca, devolví el libro antes de tiempo y me despedí de todo en el séptimo piso de esa biblioteca con la esperanza de que el que encontrara el mensaje no sufriera el mismo destino.

Ángel para un Final

Basada en la canción del mismo
nombre de Silvio Rodríguez





No me imaginé nunca que una simple mirada podía lograr tantas cosas. El momento, el clima, las horas y todo hizo que nuestro primer encuentro fuera perfecto y casual. Creo que ahí cuando mire tus ojos todo cambio en mí, el silencio se apodero de mí y luego el aire hizo lo mismo contigo.
Ese día el mar sonaba de una forma hermosa, habíamos llegado tres días antes. Todos lo verano ibamos donde mismo, la misma gente, el mismo puesto en la playa, la misma rutina. Despiertas, comes, vas a la playa, luego te bañas y te arreglas como si el mundo se fuera acabar y esa noche fuera la última para celebrar, luego todos con sus panoramas. Uno con dieciocho años y solo con su familia en la playa, la entretención no abunda. Solo robaba un cigarro a mi padre mientras él estaba en la ducha. Esperaba que todos se durmieran o se perdieran en juegos de mesa que tanto me aburrían y me escapaba a caminar hasta altas horas de la madrugada a la orilla de la playa, luego de un rato me sentaba en una roca y miraba el mar. Cuando el frio se apoderaba de mi, regresaba. Nunca nadie se entero o si lo hicieron nunca me lo dijeron o preguntaron.
Fue en una de esas salidas, lo recuerdo bien un día martes 4 de febrero, hice tal cual como todos los días mi rutina. Todos se durmieron temprano y no costo nada salir. La playa estaba más hermosa que nunca, luego de un rato apareciste. Tu pelo largo sobre ese chaleco que me daba una sensación de calor cuando estaba cerca de él. Te mire, un segundo después me encontraste con tus ojos, en ese instante un ángel paso entre nosotros y el silencio que luego se trasformaría en amor, tomo lugar en esa playa. No oía ni el sonido de las olas, ni las aves marinas que de noche salen a cazar. Solo estabas tú, ahí sentada en el lugar que a mí me pertenecía. Mi timidez se desvaneció, recuerdo que hablamos durante horas y quedamos que al otro día en el mismo lugar no encontraríamos. Esas horas, se me hicieron eterna solo quería y necesitaba ver de nuevo esa margarita que se te formaba en la mejilla izquierda. El momento llego, recuerdo que no te encontraba y mi corazón se desvanecía por estar contigo, cada latido era un segundo sin ti. Apareciste, me sonreíste y otra vez el ángel se apodero de esa playa. Era mi momento perfecto, mi verano perfecto.
Cada noche durante el mes que estuvimos juntos. Nos perdíamos en esa playa, que la sentíamos nuestra. Cuando me besaste por primera vez, porque tú fuiste la que me besaste. Yo era un chico tímido, alto, de anteojos y un estilo un tanto fuera de lo normal. Tú, eras una sirena que acababa de aparecer en mi vida. Luego de un mes, luego de que cada noche sin fallarnos nos encontrábamos en aquella playa, me entregue a ti igual que tu a mí, la luna ilumino nuestra primera vez como si lo astros tuvieran todo preparado. Recuerdo ese momento, tan torpe pero tan hermoso. Eran sensaciones inconclusas que se apoderaban de mi cuerpo y se mezclaban con un placer primerizo. Tu boca hizo estallar mi corazón, salió de su escondite y voló a juntarse con el ángel que nos unió un mes ante en el mismo lugar donde nos jurábamos amor con nuestros cuerpos desnudos y helados pero vivos, vivos de amor.
Fue la única y primera vez que me enamore. El día de mi partida me dijiste que nos veríamos y así fue, ya aquí en Santiago nada cambio. Eras la misma, tú mismo susurro al despedirte y al apartar tu cabeza de mi oído esa sonrisa juguetona que me hacía sentir que estaba vivo, que nacía y moría en el mismo momento. Cada segundo contigo era el mejor, pero sin duda lo que más me gustaba de ti, era tu silencio. El silencio de tu boca irreal que se dibujaba con el cerrar de tus labios y transformaba mi vida en un vacio. Solos, junto con el ángel que nos enamoro en esa playa una noche de verano. Lo que no me gustaba de ti era que no tenias error, eras la perfección, mi perfección que no dejaría ir por nada del mundo, sentía que si te ibas nada sería igual todo se desmoronaría, era tan fuerte el sentimiento que todo tus intentos de advertencia eran inútiles.
Ya aquí en Santiago luego de meses de estar juntos, me miraste y me dijiste que ya no más.
Los días eran la tortura de una nueva vida, debía construir lo que tú destruiste cuando recién empezaba a soñar con un futuro lejano. Ese momento no dije nada, deje que tú hablaras. No me avisaste, solo lo hiciste. Así fue como perdí el corazón por los ojos, el llanto que lo guarde durante tanto tiempo, quiso conocer el mundo. Mojo tierra y viento, pensó en juntarse con los acaudalados ríos. No tenia explicación solo preguntas que me obligaba a responder con un adiós casi intacto. Como lo dejaste tú.
Pienso que los días han logrado que todo cambiara, ya no sufro como antes, solo que mi mente te piensa, hablo de ese Ángel que un día nos silencio en la playa y que cada día cuando te miraba a los ojos me susurraba al oído ese silencio que nos tomábamos como propio.
Creo que me amaste, no lo dudo. No estoy seguro si tanto como yo a ti, eso lo dudo. Los ángeles del amor son tan feroces e incapaces de lograr algo concreto, uno en un millón logra la meta que tenia dispuesta. Me pregunto si el ángel de aquella playa es el mismo ángel de aquella vez que le diste rienda suelta a mis lágrimas. Nadie me a podido responder.
Tuve momento lindos, quizás los más hermosos contigo. No me arrepiento de nada, solo de no haber sido lo suficientemente bueno y fuerte para preguntarte días después las razones verdaderas de este final. Me enamore de ti, te entregue mi alma y mi vida, la tomaste tuya, la hiciste tuya. La apreciaste pero luego nada importo, fuiste un tanto egoísta pero todo te perdono.

Me queda aparte de este dolor inmenso dentro del pecho, quiere salir pero algo la detiene. El ángel del final me hablo de ti, dijo que ya no regresarías, que las cosas seguirían iguales, que lo mejor era esperar que otro ángel se fijara en mi. No sé si eso ocurrirá, solo me aferro a la esperanza que esto acabara. Nunca fui dependiente de nadie, solo de tu maldita margarita de la mejilla izquierda. Ni un llamado, ni un rastro de ti.
Volví a esa playa, me senté en el lugar donde hicimos el amor, espere noche tras noche, lo único que oí fue el silencio, no sé si era el ángel o si eras tú susurrando en mi mente que te olvidara de una vez.

lunes, 3 de enero de 2011

Travesuras del Colibrí

Era un lugar un tanto alegado, no de la ciudad sino de las emociones, ahí iban a olvidar lo que aun no lo lograban y era un refugio para amante primerizos que se dejaban llevar por el sonido de la noche.
No tenía nada especial, un prado de arboles que se dejan amar por la naturaleza. Eucaliptus altos que con el viento provocaban un sonido que sumergía el ambiente en una paz y tranquilidad similar a la que encuentras en tus sueños.
Tomaron el auto y por referencia de uno amigo Iván y José se dirigieron al prado que todo el mundo llamaba El colibrí. El camino, eran curvas interminables con casas a ambos costados de una piedra única y jamás vista. Por momentos debían bordear un acantilado que su alma se perdía en el. Miraban el rio abajo como arrastraba todo lo que ya no queremos. Ellos se conocían hace años, luego de terminar ambos Pedagogía en Música en la Universidad Católica ambos se dieron cuenta que no podían vivir sin el otro, era ya un año y medio de relación, fueron sus únicos y primeros hombres. Luego de detenerse a orinar en el camino y llegaron a El colibrí, estaba vacío ya casi anochecía y veían como el sol tímido se escondía intentando que la luna no se diera cuenta que el estuvo ahí. Decidieron amarse en los asientos de ese Nissan v16 heredado del padre de Iván como tantas veces antes lo habían hecho.
Luego de que anocheció y ambos se sintieron satisfechos decidieron regresar. Eran las mimas curvas y pendientes pero esta vez ambos las veían diferentes, más felices, el camino se les hizo nada, llegaron al metro José se bajo y se despidió de manos de Iván como ya su rutina lo tenía establecido. Iván llego a su casa, saludo a su esposa y decidió sentarse a fumar un cigarrillo, no sabía si lo que hacía estaba bien o mal solo disfrutaba del cigarrillo.